jueves, 19 de abril de 2007

Los 190 de Irak

'Ahora tenéis sangre en vuestras manos que nunca podréis lavar'. Las palabras no son mías, son de Cho Seung-Hui, el surcoreano autor de la matanza de la Universidad de Virginia el pasado martes. Leyendo el testamento que remitió a la cadena NBC el mismo día del suceso, se puede comprobar una posición ambigua en cuanto a lo que se refiere a la "razón irracional" de su decisión. Por un lado, uno puede pensar que es puro resentimiento frente a una inadaptación algo forzada ("Vandalizaron mi corazón, violaron mi alma y quemaron mi conciencia. Pensaron que era la vida de un muchacho patético la que estaban extinguiendo"). Pero después, y quizá relacionándose con esta perspectiva, se contempla una clara crítica hacia la sociedad norteamericana y su política hegemónica: "¿Sabéis lo que se siente al ser humillado y crucificado?". "¿Vuestros Mercedes no son suficientes, engreídos? ¿Vuestras cadenas de oro no son suficientes, snobs?. Todo esto no es suficiente para satisfacer todas vuestras hedonísticas necesidades? Lo tenéis todo".
Mientras EEUU sigue lamentando las muertes de 33 compatriotas, ayer en Irak una cadena de atentados arrasaron con las vidas de más de 190 personas. Es decir, los mismos muertos que en el 11-M y seis veces más que los habidos el pasado martes en la Universidad de Virginia. Lo peor de todo es que este dato no es aislado. Cada día, civiles irakíes mueren a los ojos ciegos de un occidente que ya se ha acostumbrado de forma avergonzante a sumar cadáveres. Ayer fueron 190. Hoy pueden ser 25. Quizá, 40. Qué más da.
Que muera gente en Irak ya no es noticia. Y sin embargo, hablando de otros temas, se está consumando la mayor injusticia que se recuerda en los últimos años. Se está abandonando a un pueblo a su suerte, trazando estériles Planes de Defensa que sólo sirven como parche mediático ante un problema de dimensiones enormes. Y lo peor de todo es que el problema no lo crearon los mismo que hoy lo sufren. Fue la decisión prepotente de un país, la alianza de otros y la ceguera voluntaria del resto la que propiciaron este fracaso. Ahora no sabemos qué hacer. Irak está imbuida en una Guerra Civil que es imparable. Hace dos días, Naciones Unidas denunció que más de 50.000 irakíes abandonan todos los meses su país para eludir su peligro de muerte.
En 2006, ellos fueron "el grupo más importante de demandantes de asilo".
En una guerra que buscaba el oro negro (recuerden esa vergonzosa campaña de "Alimentos por petróleo"), las vidas irakíes (y la de los soldados norteamericanos, intercerptados en su mayoría en las zonas más pobres de América, como podemos recordar gracias al espléndido documental de Michael Moore "Fahrenheit 9/11") han sido sólo eso que se ha denunciado durante tiempo: las víctimas colaterales de una intervención militar que a la superpotencia se le ha ido de las manos.
Hoy mismo, en Londres, se estrena una obra de teatro que sienta en el banquillo de los acusados por la Guerra de Irak al primer ministro británico Tony Blair. Un juicio particular que suma resposibilidades a aquellos que de verdad merecen un castigo por este desastre. Empezando por el señor Aznar, continuando por Blair y terminando con Bush. Ojalá algún día la ficción se colara en la realidad. Pero no vamos a ser ingenuos. Jamás les veremos delante de un tribunal. Ni a Bush en los funerales de los cientos de civiles muertos en Irak, ni en un duelo por ellos. Las vidas norteamericanas valen mucho más que las de los irakíes. Y los 33 muertos de Virginia son, mediáticamente, mucho más interesantes que los 190 de Irak. Así está el mundo, señores.

miércoles, 18 de abril de 2007

De locos

Un gran fajo de billetes, tres cuchillos de grandes dimensiones y hasta ropa con los "chivatos" de "El corte inglés". Que los dos guardias civiles de Tráfico no detuvieran al instante a Jamal Ahmidan, o más conocido por todos en la rocambolesca historia del 11-M como "El chino", con todo lo que llevaba en su maletero es de locos. Igual que lo es la patraña sobre la teoría de la conspiración, que ayer, en pleno juicio por el atentado, se dio de bruces contra el muro más infranqueable: el que ha erigido el propio dolor de las víctimas. De locos es tener que soportar, y más aún ellos que guardan en su piel las cicatrices externas e internas de semejante matanza, todas las conspiraciones que se han tejido en torno a ese día. Ácido bórico, tarjetas de Mondragón, papeles falsificados... Si a cualquier ciudadano de apariencia democrática puede sentirse avergonzado por esa actitud inefable y cruel, más aún lo sienten aquellos que viven con las secuelas de aquel día negro en la historia de nuestro país. Pero más aún de locos es pretender, con cualquier teoría desmontada, seguir conspirando, seguir obcecándose en que hay algo más que lo que se quiere ver, que hay algo que se esconde tras esa locura islamista. Que los desiertos lejanos del señor Aznar se orientan hacia el País Vasco y que esos de las capuchas hicieron algo, porque para eso Acebes se encargó de mantenerlo sin éxito hasta el día de las elecciones generales, cuando la ciudadanía se rebeló contra la mentira.
De locos es no sensibilizarse con los desgarrados testimonios que ayer seis víctimas del 11-M expresaron en el juicio. Y de locos es seguir pretendiendo dar una carga política superior a esta historia que, ante todo, es humana. ¿Para cuándo los dos principales partidos de este país van a vertebrar su política de resentimiento y crispación en torno al 11-M? ¿Hasta cuándo van a seguir utilizando el dolor aún latente de las víctimas? Incluso ayer, en esa sesión del juicio, la abogada defensora de uno de los acusados, rompió a llorar con el testimonio de una de las víctimas. Eso es humanidad, y no la sarta de estupideces que nuestros políticos se tiran a la cara en relación con los atentados de Atocha.
Pero como no aprendemos, y seguimos cayendo en el error, pronto el diario "El Mundo" volverá a publicar una nueva línea argumental que relacionará a ETA con el 11-M. El PP volverá a dudar de la actuación de jueces y policías, y el PSOE ensalzará de nuevo a Acebes y a Aznar como los mayores mentirosos en los días que sucedieron al atentado. Los más cuerdos de toda esta historia son aquellos que de verdad tendrían que tener siempre la palabra. Los más cuerdos son esas seis víctimas que ayer se sentaron cerca de los asesinos que cometieron tal atrocidad, y que reclamaron justicia para los culpables y respeto para las víctimas. Lo más sensato que se ha oído sobre el 11-M durante mucho tiempo.

martes, 17 de abril de 2007

Disparar al aire

El suceso de ayer en la Universidad de Virginia (EEUU) me reconduce a dos referencias cinematográficas. La primera de ellas es la inteligente película del cineasta Gus Van Sant, "Elephant", en la cual de una forma muy experimental se pretende reflejar la tragedia que aconteció en Columbine, en 1999, donde en un instituto de enseñanza media fueron asesinadas doce personas. Muy paralelamente, el poémico Michael Morre radiografió a la sociedad norteamericana en el tema de la pertenencia de armas en el documental "Bowling for Columbine", que acabó llevándose un Oscar. Las dos son películas imprescindibles para entender sucesos como el de ayer, o la locura que lleva a millones de personas a guardar un arma en el trasfondo de un armario o debajo de la cama.

Mientras los norteamericanos se preguntan qué han hecho mal para que una persona, uno de ellos, sea capaz de cometer una salvajada de tales proporciones; el resto de nosotros nos preguntamenos cómo el país más desarrollado y "civilizado" del mundo, permite la libre posesión de armas. "Una milicia bien regulada, en caso de ser necesaria para mantener la seguridad de un Estado libre, el derecho de la gente a tener y portar armas, no debe ser infringido", dice la segunda enmienda de su Constitución. Y los americanos la cumplen: casi la mitad de las familias estadounidenses tienen rifles o pistolas para protegerse. ¿Protegerse de qué?

El estudioso Zygmunt Bauman, en su libro "Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias", plantea algo muy interesante. Una vez que "Dios ha muerto", que la religión ha perdido el poder de amedrentación social, el poder busca nuevas formas para controlar su soberanía. Y en la época postmodernista, ese poder de influencia, ese instrumento de dominación no es sino el miedo y la inseguridad. Se infunde a la gente el temor de poder ser agredidos, se necesita que los ciudadanos crean que su Gobierno les defiende del enemigo. Pero, ¿ese enemigo en realidad existe, o sólo es una invención necesaria?
Hace sólo unos días, el gobierno argelino desautorizó a Norteamérica por intentar, según ellos, crear temor entre sus ciudadanos ante nuevos ataques islamistas. Es sólo un ejemplo externo de algo que se vive en su mayor plenitud dentro del territorio nortamericano. A raíz del 11-S, pero mucho antes incluso, el miedo y la inseguridad han sido las poderosas armas estratégicas del gobierno de Bush. Basta recordar que la campaña de su reeleción como presidente se basó casi de forma exclusiva en la lucha contra el terorrismo. Hay que decirle a la gente que está en peligro, que el enemigo quiere hacerles daño. Los níveles de emergencia suben y bajan sin sentido alguno. Y como los ciudadanos tienen miedo, corren apresuradamente a comprar armas para sentirse protegidos, para intentar conciliar mejor el sueño con una pistola bajo la almohada.
¿Por qué ocurren hechos como los de Virginia? Al margen de la locura personal, estos hechos ocurren por la tremenda laxitud con la que se toma un tema tan serio como la posesión de armas. "Es tan fácil de entender que, sin pistolas o fusiles, la matanza de ayer hubiera sido mucho más difícil de consumar", expresa hoy un periodista en "El País". Una opinión totalmente asumible para la mayoría. Pero, ¿cómo no correr a la compra de un arma, si nuestro Gobierno, a quien le dedicamos nuestra plena confianza, nos avisa de que vivimos constantemente bajo peligro?
La seguridad se ha convertido en el mejor arma de los gobiernos. Un arma mucho más terrorífica que la suma de todas las existentes en el mundo. Es capaz de provocar "guerras preventivas" como las de Irak. Y también, en consecuencia, un suceso tan horrible como el de ayer.

lunes, 16 de abril de 2007

Cadáveres enajenados

Ayub Raydi se inmoló el pasado 10 de abril en Casablanca (Marruecos), llevándose consigo la vida de un policía. Antes de ayer, dos hermanos, atemorizados por su posible detención tras la caída de los jefes de la célula islámica a la cual servían, decidieron poner fin a sus vidas enfrente del consulado de EEUU en Marruecos. Por fortuna, no hubo víctimas inocentes.
Desde hace algo más de un mes, el terrorismo integrista avanza en la zona del Magreb. Marruecos y Argelia han sido los dos países que más han sufrido este avance. Cabe reseñar, por ejemplo, que el día 11 de abril, en Argel, un atentado con coche bomba delante de la sede de la Presidencia del Gobierno sesgó la vida de 33 personas. Parece ser que el integrismo ya se ha extendido por tierras más allá de Irak o Afganistán y que, de forma lenta pero amenazante, se va asentando poco a poco en estos nuevos países. ¿Cuál es el caldo de cultivo que alimenta esta expansión? La clave se encuentra en la relación que une a Ayub Raydi con los dos hermanos que se inmolaron el sábado.
Y esa relación se llama “Shaquila”, pero tiene muchos otros nombres. Son barrios o, ni siquiera, extensiones de terreno donde la pobreza y el olvido se han adueñado de cada metro de tierra. Un artículo publicado ayer por el diario “El País” narraba cómo se vive allí. Lo poco que hay son chabolas diminutas, sin ventanas ni agua corriente. Dentro de ellas, no hay camas ni muebles, porque no caben en tan ínfimas dimensiones. Dos solares sirven como terreno de juego para el fútbol de los más jóvenes. De esta zona, eran Ayub y los dos hermanos que se suicidaron el sábado. Las condiciones en las que han crecido y han vivido durante toda su vida les han convertido en el objetivo perfecto de captación de las células islamistas. Los mártires necesarios de la yihad. Si uno vive en el infierno, ¿qué más da otorgar su vida por esa “justa” causa? Son jóvenes desesperanzados, cansados, sin sueños que perseguir, porque cualquier sueño se antoja imposible. Están en una calle sin bifurcaciones, caminando por ella hasta llegar al muro que la corta. Y después, sólo queda volver e iniciar de nuevo ese duro camino de la rutina entre la pobreza y la falta de oportunidades.
A los primermundistas, y sobre todo a España por eso de la cercanía geográfica, se nos ha puesto de nuevo el nudo en el estómago, observando como la amenaza islamista se extiende sin detenimiento. El gobierno español ya ha impuesto fuertes medidas de seguridad en las zonas fronterizas a Ceuta y Melilla. Quieren evitar la circulación de esta ideología dentro del país. El PP, en su dialéctica oportunista, exige más seguridad, no vaya a ser que vuelva a ocurrir otro 11-M, ahora que ya sí se toman en serio lo del terrorismo islámico, sobre todo cuando les costó unas elecciones…
Pero, ¿para cuándo EEUU, España, y el resto de países occidentales se van a dar cuenta de que no es Al Qaeda quien de verdad fomenta esta expansión? ¿Cuándo se darán cuenta de que la pobreza a la cual están sometidas estas zonas es de verdad el factor clave que fomenta el terrorismo integrista? Estas zonas han sido las grandes olvidadas por las potencias, y ahora el fruto que recogen es sólo el aviso de esos desesperanzados, de esos olvidados, de esos apartados que, sin dar valor alguno a su vida, deciden rendir cuentas a su manera. Y a nosotros sólo nos queda protegernos, atrincherarnos en nuestra jaula de oro, esperando que no ocurran pesadillas como el 11-M. Pero tras las fronteras, el odio se sigue fomentando, y el tablero de juego ahora lo dominan aquellos que se valen de los cadáveres vivientes, los juguetes rotos de un Occidente que recoge lo que ha sembrado. Las verdaderas víctimas se llaman, por ejemplo, Ayub Raydi, y viven en zonas como Shaquila. Allí es donde se encuentran las amenazas manifiestas de ese terrorismo islámico. El siguiente suicida procederá de allí. Lo sabemos. Al igual que sabemos el eje central del problema. Pero preferimos dar la espalda al verdadero problema y gastar el dinero en protegernos de algo que nosotros mismos hemos creado. Evitar la pobreza sigue siendo una solución olvidada.
 

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