Mientras EEUU sigue lamentando las muertes de 33 compatriotas, ayer en Irak una cadena de atentados arrasaron con las vidas de más de 190 personas. Es decir, los mismos muertos que en el 11-M y seis veces más que los habidos el pasado martes en la Universidad de Virginia. Lo peor de todo es que este dato no es aislado. Cada día, civiles irakíes mueren a los ojos ciegos de un occidente que ya se ha acostumbrado de forma avergonzante a sumar cadáveres. Ayer fueron 190. Hoy pueden ser 25. Quizá, 40. Qué más da.
Que muera gente en Irak ya no es noticia. Y sin embargo, hablando de otros temas, se está consumando la mayor injusticia que se recuerda en los últimos años. Se está abandonando a un pueblo a su suerte, trazando estériles Planes de Defensa que sólo sirven como parche mediático ante un problema de dimensiones enormes. Y lo peor de todo es que el problema no lo crearon los mismo que hoy lo sufren. Fue la decisión prepotente de un país, la alianza de otros y la ceguera voluntaria del resto la que propiciaron este fracaso. Ahora no sabemos qué hacer. Irak está imbuida en una Guerra Civil que es imparable. Hace dos días, Naciones Unidas denunció que más de 50.000 irakíes abandonan todos los meses su país para eludir su peligro de muerte.
En 2006, ellos fueron "el grupo más importante de demandantes de asilo".
En una guerra que buscaba el oro negro (recuerden esa vergonzosa campaña de "Alimentos por petróleo"), las vidas irakíes (y la de los soldados norteamericanos, intercerptados en su mayoría en las zonas más pobres de América, como podemos recordar gracias al espléndido documental de Michael Moore "Fahrenheit 9/11") han sido sólo eso que se ha denunciado durante tiempo: las víctimas colaterales de una intervención militar que a la superpotencia se le ha ido de las manos.
Hoy mismo, en Londres, se estrena una obra de teatro que sienta en el banquillo de los acusados por la Guerra de Irak al primer ministro británico Tony Blair. Un juicio particular que suma resposibilidades a aquellos que de verdad merecen un castigo por este desastre. Empezando por el señor Aznar, continuando por Blair y terminando con Bush. Ojalá algún día la ficción se colara en la realidad. Pero no vamos a ser ingenuos. Jamás les veremos delante de un tribunal. Ni a Bush en los funerales de los cientos de civiles muertos en Irak, ni en un duelo por ellos. Las vidas norteamericanas valen mucho más que las de los irakíes. Y los 33 muertos de Virginia son, mediáticamente, mucho más interesantes que los 190 de Irak. Así está el mundo, señores.