martes, 17 de abril de 2007

Disparar al aire

El suceso de ayer en la Universidad de Virginia (EEUU) me reconduce a dos referencias cinematográficas. La primera de ellas es la inteligente película del cineasta Gus Van Sant, "Elephant", en la cual de una forma muy experimental se pretende reflejar la tragedia que aconteció en Columbine, en 1999, donde en un instituto de enseñanza media fueron asesinadas doce personas. Muy paralelamente, el poémico Michael Morre radiografió a la sociedad norteamericana en el tema de la pertenencia de armas en el documental "Bowling for Columbine", que acabó llevándose un Oscar. Las dos son películas imprescindibles para entender sucesos como el de ayer, o la locura que lleva a millones de personas a guardar un arma en el trasfondo de un armario o debajo de la cama.

Mientras los norteamericanos se preguntan qué han hecho mal para que una persona, uno de ellos, sea capaz de cometer una salvajada de tales proporciones; el resto de nosotros nos preguntamenos cómo el país más desarrollado y "civilizado" del mundo, permite la libre posesión de armas. "Una milicia bien regulada, en caso de ser necesaria para mantener la seguridad de un Estado libre, el derecho de la gente a tener y portar armas, no debe ser infringido", dice la segunda enmienda de su Constitución. Y los americanos la cumplen: casi la mitad de las familias estadounidenses tienen rifles o pistolas para protegerse. ¿Protegerse de qué?

El estudioso Zygmunt Bauman, en su libro "Vidas desperdiciadas: La modernidad y sus parias", plantea algo muy interesante. Una vez que "Dios ha muerto", que la religión ha perdido el poder de amedrentación social, el poder busca nuevas formas para controlar su soberanía. Y en la época postmodernista, ese poder de influencia, ese instrumento de dominación no es sino el miedo y la inseguridad. Se infunde a la gente el temor de poder ser agredidos, se necesita que los ciudadanos crean que su Gobierno les defiende del enemigo. Pero, ¿ese enemigo en realidad existe, o sólo es una invención necesaria?
Hace sólo unos días, el gobierno argelino desautorizó a Norteamérica por intentar, según ellos, crear temor entre sus ciudadanos ante nuevos ataques islamistas. Es sólo un ejemplo externo de algo que se vive en su mayor plenitud dentro del territorio nortamericano. A raíz del 11-S, pero mucho antes incluso, el miedo y la inseguridad han sido las poderosas armas estratégicas del gobierno de Bush. Basta recordar que la campaña de su reeleción como presidente se basó casi de forma exclusiva en la lucha contra el terorrismo. Hay que decirle a la gente que está en peligro, que el enemigo quiere hacerles daño. Los níveles de emergencia suben y bajan sin sentido alguno. Y como los ciudadanos tienen miedo, corren apresuradamente a comprar armas para sentirse protegidos, para intentar conciliar mejor el sueño con una pistola bajo la almohada.
¿Por qué ocurren hechos como los de Virginia? Al margen de la locura personal, estos hechos ocurren por la tremenda laxitud con la que se toma un tema tan serio como la posesión de armas. "Es tan fácil de entender que, sin pistolas o fusiles, la matanza de ayer hubiera sido mucho más difícil de consumar", expresa hoy un periodista en "El País". Una opinión totalmente asumible para la mayoría. Pero, ¿cómo no correr a la compra de un arma, si nuestro Gobierno, a quien le dedicamos nuestra plena confianza, nos avisa de que vivimos constantemente bajo peligro?
La seguridad se ha convertido en el mejor arma de los gobiernos. Un arma mucho más terrorífica que la suma de todas las existentes en el mundo. Es capaz de provocar "guerras preventivas" como las de Irak. Y también, en consecuencia, un suceso tan horrible como el de ayer.

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